Escuchar a los demás no es tarea sencilla. En tiempos donde, cada vez más, impera lo que algunos sociólogos han denominado “incontinencia verbal” —esa necesidad de hablar por hablar, de imponer nuestras opiniones, de “ganar” la pulseada en la conversación anulando a nuestro/a interlocutor—, la escucha genuina se vuelve un acto poco frecuente, pero profundamente necesario.
Oímos por naturaleza, sí, pero escuchar supone otro tipo de aprendizaje.
Escuchar requiere un esfuerzo consciente, sobre todo cuando la comunicación se da con nuestr@s educand@s y los temas que se ponen en juego son más que relevantes.
Escuchar implica ponernos a disposición del otro/a, dejar de lado por un momento nuestras urgencias y centrar nuestra atención en esa persona que nos está comunicando algo. Y aunque la utilizamos a diario en nuestra práctica educativa, no siempre somos plenamente conscientes de todo lo que implica la escucha.
Si deseamos relacionarnos desde la empatía y practicar la llamada escucha activa, hay algunos puntos que no podemos pasar por alto. Para empezar, debemos saber que la comunicación verbal —lo que decimos con palabras— no es lo más importante a la hora de transmitir un mensaje. De hecho, su impacto es mucho menor que el de los gestos, el lenguaje corporal, el contacto visual, el tono de voz y todos los elementos que componen la comunicación no verbal.
Cuando escuchamos activamente no solo oímos: comprendemos, interpretamos, otorgamos significado al mensaje. Y para eso, es necesario desarrollar ciertas actitudes y habilidades.
Un/a buen/a oyente se pone al servicio de quien habla, prestando atención plena e interés auténtico. Para eso, es necesario dejar de hacer lo que estamos haciendo, enfocarnos en la charla y expresar con el cuerpo, los gestos, las palabras e incluso los silencios que estamos presentes y dispuestos a escuchar de verdad.
Escuchar activamente también implica no aferrarse a nuestras propias ideas ni adelantarnos a lo que el otro quiere decir. No debemos juzgar, interrumpir ni minimizar lo que se nos comparte con frases como “eso no es nada” o “te estás preocupando por una pavada”. Cada quien vive su experiencia de forma única, y comparar o menospreciar solo hará que quien habla se sienta incomprendido, afectando incluso su autoestima.
Algunas acciones concretas que favorecen una escucha activa son:
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No interrumpir.
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Establecer contacto visual.
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Acompañar con gestos afirmativos.
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Emitir comentarios breves como “te entiendo”, “comprendo lo que sentís”, “estoy acá para escucharte”.
Todo esto transmite confianza y apertura, y le hace saber a la otra persona que su historia es importante para nosotros.
Una vez que el otro/a termina de hablar, es positivo preguntar si quiere agregar algo más, y luego resumir lo que nos ha dicho, como forma de verificar que realmente comprendimos el mensaje. Esto no solo demuestra atención, sino también respeto.
Otro aspecto importante es cuidar el contexto en el que se da la conversación: los ruidos, las interrupciones, la falta de privacidad o las distracciones pueden afectar seriamente la calidad del intercambio.
Entre los muchos beneficios que se atribuyen a la escucha activa se encuentran:
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Favorece el aprendizaje, al permitirnos conocer diferentes perspectivas.
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Reduce tensiones, funcionando como herramienta para resolver conflictos.
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Desarrolla la empatía, mejora la comprensión del otro y fortalece el vínculo.
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Genera confianza, seguridad y respeto en quien se siente verdaderamente escuchado/a.
En definitiva, escuchar es un acto profundamente transformador, tanto para quien habla como para quien escucha. Como educadores y educadoras sociales, no podemos dejar de fortalecer esta herramienta que, en esencia, es puente, es cuidado, es encuentro.
Comunicándonos eficazmente. curso Educantel, 2015 Tutor Mauricio Conde
Saber escuchar Maytte Sepulveda