Parecería ser que como educadores y educadoras, tenemos la obligación de ser indestructibles. Somos muchas veces pilares de un andamiaje cotidiano que nos insume responsabilidades varias, que nos expone cuerpo a cuerpo a problemáticas complejas y a poblaciones cada vez más demandantes. Y aunque disfrutemos de nuestra tarea y sea al fin la profesión que elegimos, eso no nos vuelve inmunes al desgaste propio de ella y a no contar, en muchos casos, con las condiciones laborales necesarias para desarrollarla.
Lejos de creernos el ombligo del mundo, sino
más bien empatizando
con otras actividades
y profesiones
que requieren igual involucramiento, la nuestra como educadores y educadoras sociales y sobre todo la de todos aquellos y aquellas que trabajan en atención directa a las distintas poblaciones- también conlleva estar en la primera línea de fuego, de frente a problemas relacionados a la vulnerabilidad social y emocional de nuestros educandos y de los diferentes contextos.
Lo que nos insume muchas veces nos consume y la poco alentadora visualización de esta problemática por parte de las instituciones y el sistema que nos contiene, suelen dejarnos desprovistos de herramientas para enfrentar el agotamiento propio de tal exposición.
Recuerdo que durante una salida didáctica con un grupo de estudiantes a una reconocida fábrica de alfajores, el guía nos explicaba que el stress provocado por el trabajo rutinario inherente al envasado de este producto, era contrarrestado con acciones como la rotación de personal, intervalos consecutivos de descanso y hasta en la decoración, ya que instalaron pisos verdes porque desde el reiki se entiende que este color alivia la fatiga ocular, disminuye la tensión e induce a la relajación.
Si pensamos en la forma en la que atenuamos como educadores/as los efectos desgastantes de nuestro accionar, casi que no existen respuestas consensuadas que devengan en una especie de protocolo de cuidado- por llamarlo de algún modo - y más bien lo que impera son intentos aislados, con suerte desde los propios equipos y más comúnmente desde los propios educadores/as, de salvaguardarse a través de diferentes estrategias. Y lejos de establecer un paralelismo entre ambas actividades, cuánto más debería considerarse cuando hablamos ya no de productos, sino de personas.
No podemos obviar, que formamos parte mayoritariamente de programas y proyectos en los que se esperan resultados cuantitativos divorciados usualmente de la realidad de lo posible, en los que cada vez debemos asumir más casos, más carga horaria, más tareas pero con menos recursos. Y aunque podemos mucho,a veces y de manera ingrata, parecería no ser suficiente desde lo cualitativo y humano.
Y si hay algo que podemos justamente, deviene en el vínculo que establecemos con ese otro/a que habilita y hace posible la relación educativa. Y es muchas veces ante este vínculo cada vez más intenso debido a la vulnerabilidad de su situación, que nos vamos consumiendo emocionalmente.
Cuando estas tensiones no encuentran un cauce adecuado donde ser canalizadas van dando paso a un cansancio sostenido, a sentimientos como la frustración, la falta de realización personal, a sentir que lo que se hace no es suficientemente valioso, pérdida de sentido y conexión con la tarea, varios de ellos síntomas asociados a cuadros de stress y al llamado Síndrome de Burnout.
Si bien durante nuestra formaciòn profesional nos proveemos de herramientas que nos ayudan a enfrentar estas vicisitudes no siempre son suficientes sino están enmarcadas en una debida contención laboral y respaldadas en una concientización por parte de los actores involucrados de que es una tema que requiere su merecido espacio y consideración.
Mientras tanto y seguimos apostando a dignificar nuestras condiciones profesionales y laborales es importante apostar a todo aquello que nos proteja y nos permita seguir manteniendo un vínculo educativo de calidad con nuestros/as educandos.
Desde mi experiencia profesional considero importante propiciar entornos en lo cotidiano que nos permitan compartir y canalizar estas vivencias a través de la palabra y de estar instalados ya, tratar de salvaguardarlos de la vorágine diaria manteniéndolos en forma constante.
Desde el punto de vista cognitivo todas aquellas técnicas que nos habiliten a evaluar las situaciones problemáticas desde otro ángulo se constituyen en grandes herramientas de apoyo, entre ellas la escritura terapéutica, el cuaderno de registro, un diario de pensamientos, etc. También optimizar la organización,fortalecer redes que amplíen nuestra visión, y no olvidar la distancia óptima que nos permite delimitar nuestro alcance real como educadores.
En el plano personal es todo un desafio poder desconectarnos de lo laboral y no cargar fuera de este ámbito cosas que deben resolverse sólo en él, evitando que lo que ya es demandante nos demande aún más espacio. Para poder seguir disfrutando de nuestro ser educador/a hay que disfrutar de nuestro ser persona tratando en lo posible de equilibrar todas las áreas y no solo la profesional. Realizando cosas que nos hagan bien, que nos motiven y diviertan, incrementando nuestro relacionamiento con grupos sociales que no siempre tengan que ver con nuestra tarea y evitar asi, sobrecargar un rol que sin duda representa una faceta muy importante de nuestra vida, pero no la única.
No existen recetas claro esta, sino consejos honestos que debera cada quien evaluar en que medida se adaptan a su realidad, pero lo cierto es que el autocuidado en tiempos de sobrecarga, urgencia, desgaste, complejidad es un acto de resistencia y dignidad. Es preservar nuestra salud mental e integridad y por sobre todo la alegria de poder seguir acompañando el acto de educar.
Ed Social Marianella Gayula
Referencias
- Diario Clarín (en linea) http://www.clarin.com/educacion/titulo_0_333566752.html (10 de setiembre 2010)
- El País España (en línea) http://economia.elpais.com/economia/2015/06/12/actualidad/1434119451_861624.html (16 de junio 2015)
- Universidad de Sevilla http://www.us.es/estudios/master/master_M044/asignatura_50440074 ( 20 de octubre 2015)
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