sábado, 13 de mayo de 2017

Reflexiones sobre el desgaste en nuestra práctica profesional: resultados de una encuesta entre colegas




Hace un tiempo les pedí a compañeras y compañeros que me ayudaran respondiendo una encuesta sobre las situaciones de desgaste que enfrentamos en nuestra labor como educadoras y educadores sociales.

Luego de escribir un artículo en este blog sobre el tema, y recibir muchas devoluciones de colegas que se sintieron identificados, me pareció importante profundizar y acercarme un poco más al sentir de tantas y tantos profesionales. Así, trascendí mi reflexión personal para dar voz a una experiencia colectiva.

Recibí más de 100 respuestas, una muestra que considero representativa. Un común denominador en ellas es que todas y todos hemos enfrentado —y seguimos enfrentando— situaciones estresantes, en mayor o menor medida. Más allá de las diferencias en intensidad o frecuencia, lo que realmente particulariza estas experiencias es la percepción personal sobre las causas que las generan y las estrategias que desplegamos para enfrentarlas.

Al analizar las respuestas sobre los principales motivos que desencadenan estas situaciones desbordantes, se pueden enumerar grandes áreas: la organización interna de las instituciones, las coordinaciones o direcciones a cargo, los equipos de trabajo, las familias de la población a la que acompañamos, y las herramientas o características personales de cada educador/a.

En cuanto a las instituciones, aspectos burocráticos —lo que comúnmente llamamos “papeleo”— aparecen reiteradamente como detonantes de desgaste. También se mencionan la falta de recursos, la incapacidad para responder adecuadamente a determinadas problemáticas, la mala organización y, como señala una colega, “instituciones ineficaces, equipos de trabajo desgastados, pocos recursos o tal vez inadecuadamente utilizados para atender a personas en extrema vulnerabilidad”.

En relación con el trabajo en equipo, la falta de apoyo, la desigualdad a la hora de asumir responsabilidades, la escasez de recursos humanos y las dificultades en el relacionamiento y la comunicación se destacan como factores desencadenantes.

Por otro lado, las situaciones extremas en la población objetivo y sus contextos familiares implican una complejidad difícil de abordar. Muchos educadores y educadoras manifiestan sentir soledad o sobrecarga en sus tareas, sin respaldo institucional ni herramientas claras para enfrentar estas problemáticas, lo que genera frustración en ambas partes. En este sentido, quienes están a cargo de coordinaciones o direcciones en muchos casos ejercen un distanciamiento respecto a lo que implica la tarea cotidiana, mostrando poca empatía. Sumado al fenómeno del multiempleo, las condiciones físicas y mentales para abordar la tarea se agravan aún más.

Una colega lo expresa claramente:

“La falta de recursos humanos, los emergentes del cotidiano que nos desbordan y limitan nuestras posibilidades de acción. Muchas veces nos encontramos apagando incendios, metafóricamente.”

Estos elementos impactan directamente en nuestra autoestima y confianza profesional, generando cansancio, frustración y descreimiento sobre el aporte que podemos realizar como educadoras y educadores.

Frente a este panorama, también se despliegan diversas estrategias para hacer frente a esta multiplicidad de situaciones. Por su interés, comparto algunas textuales:

  • “Autocontrol, intentar enfocarme en lo positivo, buscar aliados para pensar juntos o simplemente poder hablar de lo sucedido y descargarme.”

  • “Este año estoy en un espacio de ateneo donde realmente se reflexionan estas cuestiones. Claro que dicho espacio no pertenece al lugar de trabajo. Además, la práctica de algún deporte me ayuda mucho.”

  • “Formación en el área necesaria, trabajo con coordinadores fuera de la institución, salud mental del equipo. En lo personal practico yoga, plástica y danza.”

  • “Coordinación con otras instituciones y dentro del propio equipo para sostener las actividades educativas planificadas sin desatender los emergentes, las individualidades ni el colectivo.”

Podemos identificar dos grandes aspectos en estas respuestas. Por un lado, lo laboral y profesional, donde el respaldo en el trabajo en equipo, el diálogo y la reflexión sobre la práctica, junto con la articulación interinstitucional y el trabajo en red, aparecen como aliados fundamentales. Por otro lado, a nivel personal, se despliegan actividades artísticas y deportivas, apoyo terapéutico, terapias alternativas y diversas estrategias de afrontamiento para minimizar y trascender el impacto de las situaciones desbordantes.

Es casi inexistente, en las devoluciones, la mención a acciones institucionales: protocolos o estrategias formales que puedan sostener a quienes están mayormente expuestos a situaciones complejas y desgastantes.

Esta realidad invita a pensar en la necesidad de que las instituciones se comprometan más activamente en generar espacios y herramientas que protejan y fortalezcan a quienes hacemos esta labor fundamental.

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