La inclusión, la convivencia y las relaciones intergeneracionales entre educadores y educandos constituyen un debate central en la educación contemporánea, especialmente cuando dicha inclusión se materializa en el contexto institucional..
La acción inclusiva, como objetivo central para dar respuesta a las diversas necesidades educativas y asegurar el acceso igualitario a la enseñanza —sobre todo de aquellos/as que enfrentan mayores obstáculos—, ha dado lugar, con el surgimiento de diferentes programas, proyectos y propuestas (especialmente en el ámbito de la educación formal y media), a un nuevo interrogante: ¿qué hacemos una vez que incluimos a ese otro, a esa otra, en el sistema educativo? ¿Qué supone, realmente, su inclusión?
Porque el hecho de que ese otro/a esté físicamente presente no garantiza que lo esté en términos simbólicos, afectivos o pedagógicos. Su mera presencia no asegura que haya un impacto real en la forma en que planificamos, implementamos estrategias, o lo reconocemos como semejante. Así, garantizarle un lugar en el sistema —que suele presentarse como un indicador de participación educativa y social— choca con una realidad que, muchas veces, no lo espera de forma solidaria, y que, lejos de modificarse ante su llegada, continúa reproduciendo los mismos métodos tradicionales que desde el inicio dificultaron su acceso genuino.
Carlos Skliar lo retrata de la siguiente manera
“Apenas si podemos estar juntos (...) La ficción de estar juntos ya la conocemos (...) Se ha universalizado el acceso a la enseñanza, a nivel mundial, de tal manera, que la pregunta ya no es tanto cómo hago para dejar pasar a alguien, a pesar de que sabemos que todavía es un problema y un dilema, sino qué hacemos una vez que ESTAMOS JUNTOS”.
Cuando apostamos a incluir, partimos del reconocimiento de factores que inciden en la exclusión de determinados educandos. Pero esos mismos factores, si no son considerados a la hora de planificar el encuentro educativo, obstaculizan su trayectoria y sostenimiento dentro de las instituciones. Como señala Skliar, aunque aún existan barreras de ingreso, el dilema —sobre todo en la enseñanza media— se ha trasladado al “estar juntos”: aceptar esa presencia y asumir los desafíos que implica en un formato educativo que, en muchos casos, sigue encontrando en la exclusión un modo de conservarse.
Desde esta perspectiva, las instituciones que inicialmente abren sus puertas pueden terminar siendo espacios poco permeables a la presencia de aquell@s a quienes han incluido. No se concreta entonces lo que Graciela Frigerio denomina solidaridad intergeneracional, ya que, si no se planifica ese encuentro, no puede esperarse que se produzca de forma espontánea. Se reduce a una relación vertical, donde una generación (la adulta) habla, opina y transmite, sin habilitar el intercambio ni una construcción conjunta de la convivencia.
Esto se refleja en la deserción de tantos educandos que van quedando en el camino, sin encontrar un sentido a la educación actual. Si bien es cierto que quienes provienen de sectores más vulnerables ven atravesadas sus trayectorias por múltiples factores —familiares, socioeconómicos, culturales— que inciden en su permanencia, también lo es que las instituciones educativas no han logrado contemplarlos como parte del proceso formativo. Más que incluir esas particularidades, parece existir un esfuerzo por negarlas o diluirlas. Como plantea Frigerio: "se intenta borrar el contorno del otro para que parezca diferente" y "a ese otro le aplicamos la retórica del derecho, pero no le facilitamos que el derecho sea algo que pueda disfrutar diariamente”¹.
Es innegable que muchos factores escapan a los actores directos —docentes y estudiantes—. Aspectos estructurales y burocráticos muchas veces dificultan los cambios que urge implementar. Sin embargo, todo indica que es el propio sistema educativo el que debe tomar la iniciativa. Porque la educación es un derecho, no un privilegio, y toda acción inclusiva debe garantizar no solo el acceso, sino también la participación, el aprendizaje y la vivencia de experiencias educativas significativas y de calidad para todas y todos.