sábado, 8 de agosto de 2015

La creatividad que repara: una mirada sobre la resiliencia a partir de Boris Cyrulnik


Tropecé con este libro —que se transformó en uno de mis grandes hallazgos— en un pequeño almacén de un balneario, sin demasiadas expectativas. Más tarde descubrí que su autor era nada menos que Boris Cyrulnik, el llamado “padre de la resiliencia”. Primero como niño resiliente, sobreviviente de los campos de concentración nazis, y luego como neuropsiquiatra que, dedicó su vida a investigar en profundidad los alcances de este concepto, ganándose merecidamente ese reconocimiento.

En nuestras prácticas socioeducativas, muchas veces nos encontramos con educandos que, sin que sepamos bien cómo, logran atravesar condiciones de vida profundamente adversas sin perder la confianza en sí mismos. Es en esos momentos cuando el concepto de resiliencia adquiere un significado tangible.

Pero la resiliencia no ocurre por arte de magia. Muy por el contrario, se construye paso a paso, desde los primeros momentos de vida, incluso desde la etapa intrauterina.

Para Cyrulnik, una cosa es el acto biológico de dar a luz y otra muy distinta es traer un niño o una niña al mundo. Esto implica rodearlo/a de un entorno con circuitos sensoriales y afectivos que sirvan de guía para su desarrollo y le permitan tejer su resiliencia.

Cyrulnik propone tres mojones fundamentales en el proceso resiliente:

  1. Los primeros años de vida: En esta etapa se construyen los recursos internos y se moldea el temperamento del niño o niña. Estos recursos explicarán, más adelante, la forma en que reaccionará ante las agresiones del entorno. Aquí, las guías afectivas y los vínculos tempranos son claves.

  2. La estructura del trauma: No es el primer golpe lo que necesariamente genera el daño más profundo, sino el significado que se le atribuye frente a un segundo impacto, y la manera en que el entorno responde. La dimensión simbólica y emocional del trauma es lo que configura su profundidad.

  3. La malla afectiva: Es la red de contención —formada por personas significativas— la que ayuda a restablecer el desarrollo tras una herida. Si la tragedia se convierte en el eje de la identidad del sujeto, la resiliencia se ve obstaculizada. En cambio, si se protege y estimula la parte sana de la personalidad, se abre paso a una reconstrucción posible.

Según el autor, la resiliencia es una interacción entre recursos internos del sujeto y apoyos externos del entorno. Es un proceso de reconstrucción de sí, nunca totalmente reversible, ya que el trauma deja huellas cerebrales y afectivas imborrables.

La edad también es una variable fundamental: el impacto de una experiencia traumática dependerá de cómo el niño o niña la signifique, y eso está directamente relacionado con su nivel de desarrollo psíquico.

Cyrulnik advierte que no se puede hablar de resiliencia como una cualidad fija de la persona. Nadie "es" resiliente de forma absoluta. La resiliencia es un proceso dinámico de evolución, que surge y se despliega a partir —y a través— de la historia personal de cada sujeto.

En relación con la contención social, existen múltiples figuras que pueden conformar esa red protectora. Aunque la figura materna suele ser central, otras presencias significativas —familiares, educadores, incluso pares— pueden ejercer un rol decisivo.

Finalmente, Cyrulnik subraya un aspecto profundamente humano: el valor del arte y la creatividad como vía de expresión y reparación. La herida puede representarse a través de un cuento, una novela, una obra de teatro, el humor o la fantasía. Así, la resiliencia también puede manifestarse como “la creatividad que repara”, abriendo caminos para resignificar el dolor y continuar el desarrollo.

“La resiliencia no es un estado, es un proceso. Es la capacidad de un ser humano de reconstruirse sin negar la herida.”
Boris Cyrulnik


Cyrulnik, B. (2002). Los patitos feos: La resiliencia: una infancia infeliz no determina la vida. Gedisa.

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