sábado, 26 de julio de 2025

Duelo y educación social: reflexiones necesarias

Hace algún tiempo me contactó Fátima, una estudiante de Educación Social, cuya tesis abordaba una temática que me resultó profundamente interesante: la relación entre el duelo y el quehacer socioeducativo. Hoy, al retomar la escritura en este blog, me pareció una excelente oportunidad para inaugurar esta nueva etapa compartiendo algunas reflexiones sobre este tema tan humano como complejo.

Temas como la muerte y los duelos están presentes en nuestras prácticas más de lo que muchas veces quisiéramos vivenciar, lo que sin duda, nos enfrenta al desafío de contar con herramientas y habilidades educativas para acompañar estos procesos de la forma más respetuosa y humana posible.

Abordar la muerte como contenido dentro de la Educación Social implica animarnos a reflexionar sobre cuestiones delicadas: el contexto particular de cada pérdida, las creencias religiosas, los rituales, el dolor, las estrategias de afrontamiento, e incluso el lugar que ocupa la muerte en nuestra sociedad. Todo esto puede representar un verdadero desafío, tanto a nivel personal como profesional.

Desde la psicología, se sostiene que no hay una única manera de transitar el duelo. Cada persona activa mecanismos de afrontamiento singulares, en los que inciden su historia de vida, sus creencias, su cultura y sus experiencias previas.

La psicóloga suiza Elisabeth Kübler-Ross propuso cinco etapas que suelen atravesarse en los procesos de duelo:

  1. Negación: un mecanismo de defensa que amortigua el impacto inicial de la pérdida, permitiendo asimilarla gradualmente.

  2. Ira: cuando la pérdida ya no puede negarse, puede emerger enojo dirigido hacia uno/a mismo/a, hacia el ser querido que partió o hacia las circunstancias de la muerte.

  3. Negociación o culpa: intentos simbólicos de revertir la pérdida o cuestionamientos sobre lo que se pudo haber hecho para evitarla.

  4. Depresión: toma de conciencia del vacío que deja la ausencia, y con ello sentimientos de tristeza y melancolía.

  5. Aceptación: implica comprender que la pérdida es irreversible y empezar a elaborar un nuevo vínculo con quien ya no está.

Desde nuestro rol como educadoras/es sociales, no existen recetas exactas para acompañar estos procesos. Nuestra intervención estará mediada por nuestra  formación, herramientas personales, sensibilidad y, sobre todo, por el vínculo que hayamos construido con la persona en duelo. Pero sí podemos tener presentes algunas claves que favorecen una intervención más respetuosa y ajustada.

En primer lugar, es fundamental particularizar la situación: considerar la etapa vital del/la educando/a, el tipo de vínculo con la persona fallecida, el impacto emocional, el contexto familiar, y sus recursos personales. Reconocer su derecho a sentir dolor y a expresarlo en un espacio seguro es parte del acompañamiento que podemos ofrecer.

Nuestra presencia empática, física y emocional, es fundamental. A veces bastará con estar, escuchar, contener con una palabra o incluso con el silencio. El respeto por los tiempos y emociones del otro es central.

Tampoco podemos olvidar que en este tipo de experiencias, la subjetividad y las prácticas culturales influyen fuertemente. Las creencias religiosas, los rituales familiares y comunitarios, los modos de vivir la muerte, deben ser considerados y respetados. A la vez, podemos ayudar a desterrar mitos o temores que generan ansiedad y confusión, sobre todo en niñas, niños y adolescentes.

En este último caso, hablar con sinceridad y humildad, reconociendo que también el mundo adulto tiene preguntas y miedos sobre la muerte, puede generar una conexión valiosa y genuina que favorezca la reflexión compartida.

También podemos abrir espacios expresivos, donde el arte funcione como vía para canalizar emociones: escribir, dibujar, crear, componer… Las manifestaciones artísticas son poderosos recursos para elaborar lo que cuesta decir con palabras.

Por último, es necesario estar atentas/os a los cambios conductuales que se presenten. Si bien algunas reacciones son esperables, otras pueden ser señales de alarma y requerir la intervención de otros profesionales.

Hablar de muerte, sentir el duelo, acompañar con humanidad.

Reflexionar sobre estos temas, aunque difíciles, es parte de nuestra tarea como educadoras y educadores sociales. Poder hacerlo con herramientas, con empatía y con compromiso puede marcar una gran diferencia en la vida de quienes acompañamos.

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